Jugabas sin descanso con las plantas carnívoras. No notabas sus mordiscos, la sangre resbalaba por tus brazos. No veías mis lágrimas. Creías que yo tenía celos de las plantas, pero tenía miedo. Tu gesto se tornó verde, tu mirada peligrosa, las hojas se enredaban con tu pelo, la sangre se te hizo más densa y blanquecina.
Un día llegué al jardín y ya no estabas; las plantas te habían devorado.
Decido terminar el viaje al filo del quinto abismo. Tengo el cuerpo magullado. Decido terminar el viaje, ignorar mi instinto suicida. Mi corazón tiene ahora miedo a las alturas; ya no juega a triples saltos mortales, hace gimnasia de mantenimiento.